domingo, 28 de junio de 2009

«Por cinco euros comemos tres»

«Por cinco euros comemos tres»
Cuidar a una anciana quizá no sea el mejor trabajo para Wilma Copa. Sentada en un banco junto al mercado del barrio barcelonés de Collblanc, las horas pasan lentamente. Tiene mucho tiempo para pensar y echar de menos a su familia. «Como estoy solita no me cuido mucho. Me alimento muy mal», dice Wilma mientras saca del bolso una foto y se le nublan los ojos. «Ellos están en Bolivia», explica.
Cocina para la mujer, aunque no comen juntas. «La tengo que cuidar, pero yo no me cuido», confiesa. La prioridad de Wilma no es la comida. Su alimentación se basa en latas de atún, ensaladas y garbanzos. A veces, por las noches, toma un guiso de fideos y algo de verdura. Reconoce que le gustaría comer más carne.
Mientras le hace compañía a la señora en el banco del mercado, se nutre de recuerdos: «Me gusta el chuño, que es una papa deshidratada, y el majadito, que se hace con arroz y carne...». Wilma no ha vuelto a Bolivia desde que llegó a España, hace cinco años. «Pero no echo de menos la comida boliviana, echo de menos a mi familia», se lamenta.
Falta de recursos
A muchos inmigrantes les resulta difícil adaptarse a la comida española por las diferencias culturales y la falta de recursos económicos. «Durante el Ramadán nos alimentamos con una comida especial; nos levantamos a las cinco y comemos chapati (pan indio) con aceite de oliva», cuenta Alí Alí, un paquistaní que tiene un restaurante de kebab en Collblanc. Estos locales tienen mucho éxito, tanto entre los españoles como entre los inmigrantes. «A veces la misma persona viene cinco veces a la semana», explica Alí, quien considera que la aceptación de los kebabs se debe a su bajo precio, ya que permiten comer por cinco euros.
La comida china es todavía más barata. Sum Kim Hi, que regenta un restaurante en Barcelona desde hace dos años, afirma que la comida española es muy cara y que por eso prefiere la china. «Por cinco euros comemos tres personas», asegura mientras hace señas con los dedos para explicarse. Lleva nueve años en Europa y no ha dejado de consumir productos de su país.
La mayoría de los inmigrantes que tienen oportunidad de viajar a sus países de origen suele volver con la maleta llena. «Cuando mi madre me prepara algo y me dice: «Lo he hecho con mis manos», pues lo traigo», cuenta Osvaldo Hernández, un ecuatoriano de 52 años que vive en L´Hospitalet de Llobregat. «Compramos a fin de mes, cuando se cobra algo, lo almacenamos en la nevera y lo comemos poco a poco, según se necesita», dice mientras observa el reloj porque ya es la hora de comer. Lo esperan en su apartamento su mujer, sus hijos y sus nietos.
Salud en la obra
Quien casi nunca congela los alimentos es Domingos Sabio, un brasileño que trabaja en la construcción. Sentado en un portal a la sombra, da buena cuenta de su cazuela de pescado y arroz. Cree que el pescado «es mejor para la salud», por lo que apenas come carne roja.
Aunque casi nunca está en casa, Domingos comparte piso con una pareja y se cocina él. Gran parte del día lo pasa en la obra, donde hace sus tres comidas. Necesita energía para trabajar y se preocupa por su salud. Además del pescado, la verdura y la fruta son indispensables para él.
A sus 50 años, tiene un objetivo: regresar para siempre a Brasil el año que viene. «Quiero vivir con mi familia», dice con una gran sonrisa.

Los inmigrantes, más proclives a sufrir enfermedades alimentarias

La escasez de recursos económicos, la sobrecarga de trabajo y la falta de espacio en la cocina hacen que los inmigrantes sean más propensos a descuidar la seguridad alimentaria, lo que aumenta los riesgos para su salud, según un estudio de la empresa especializada en análisis social ANSOAP. El informe, presentado esta semana, se ha basado en entrevistas a 90 personas de diversas nacionalidades, como chinos, ecuatorianos, paquistaníes o marroquíes.
«Nosotros, que estamos más sensibilizados, deberíamos transmitir los conocimientos básicos de gestión de seguridad de alimentos», manifestó a este diario Juanjo Cáceres, antropólogo y coautor del estudio.
Si bien no existe una gran diferencia entre las familias autóctonas y los inmigrantes en la manipulación de alimentos, los extranjeros suelen tener más dificultades. Según Cáceres, «cuando varias familias comparten piso, normalmente hay poco espacio en la nevera. Eso provoca que se mezclen alimentos crudos y cocidos y que los productos no se refrigeren bien».
Otro de los factores que también produce un riesgo sanitario es que hay una práctica de incorporación de alimentos de otros origenes. «Vienen de Latinoamérica, a veces traen productos lácteos que están sometidos a muchos cambios de temperatura y siempre existe cierto riesgo de infecciones», explicó Cáceres.
Según el estudio, un grupo especialmente vulnerable a los riesgos alimentarios son los hombres emigrados que comparten piso, ya que en la mayoría de los casos no suelen tener las competencias culinarias para preparar ciertos productos autóctonos.El coautor del estudio informó de que algunas de las soluciones que se proponen para disminuir los riesgos son campañas de sensibilización a través de las redes sociales de los inmigrantes, porque «muchas veces no comprenden nuestro idioma».

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